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La historia de Vasili Arkhipov, el marinero soviético que salvó al mundo de la III Guerra Mundial
El 27 de octubre de 1962, en plena Crisis de los Misiles en Cuba, un submarino soviético que había sido detectado por EE.UU estuvo a punto de lanzar un torpedo nuclear contra un buque norteamericano. Aquello hubiera sido el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, un marinero a bordo consiguió evitar lo que pudo ser la aniquilación de la raza humana.
12 Abril 2019
|La victoria de los Estados Unidos en la Guerra Fría impuso un relato que ha relegado al olvido algunos de los acontecimientos más importantes del siglo XX realizados por los soviéticos, como la creación del sistema precursor de la telefonía móvil o el envío del primer hombre y primera mujer al espacio.
Sin embargo, algunas historias de aquel periodo en el que el mundo estuvo a menos de un paso de su destrucción total han pervivido. Precisamente aquellas en las que se evitó la aniquilación de la humanidad, como la de Stanislav Petrov, teniente coronel soviético que detectó acertadamente como falsa alarma un mensaje que alertaba erróneamente de un ataque nuclear estadounidense.
Sin embargo, existe una historia que, según el director del Archivo de Seguridad Nacional de EE.UU Thomas Blanton, es "mejor que la ficción", pero que es poco conocida. Nos referimos a la historia de cómo Vasili Arkhipov, comandante de la marina soviética, evitó el inicio de la III Guerra Mundial en 1962. Ponte cómodo y lee con atención, porque es probable que tanto tú como yo le debamos la vida.
EE.UU no lo sabe todo
La Crisis de los Misiles en Cuba de 1962 es considerado el momento de mayor tensión de toda la Guerra Fría. Después de que los norteamericanos detectasen que la URSS estaba construyendo bases con misiles en la Isla, orientados hacia EE.UU, Kennedy envió a la flota del Atlántico para cercar el país caribeño e impedir que nadie pudiera entrar ni salir.
Los soviéticos, por su parte, habían enviado tres submarinos a aguas caribeñas con torpedos nucleares en su interior. Uno de estos navíos fue detectado por los estadounidenses. Sin embargo, no sabían nada de las cargas nucleares y tampoco eran conscientes de algo más importante: los comandantes del buque tenían permiso para lanzarlos sin necesidad de recibir una orden directa de Moscú.
Es decir, que el comandante de cada uno de los submarinos podía iniciar el lanzamiento de los misiles si el consejero político y el comandante de toda la flota estaban de acuerdo. Era imprescindible el voto a favor de los tres para ejecutar la eyección de los proyectiles. Si no había unanimidad, no se podía proceder al lanzamiento.
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Confusión a bordo
El submarino B-59, en el que iba Vasili Arkhipov, el comandante de la flota, se encontraba a gran profundidad, ya que habían intentado infructuosamente que los norteamericanos no les detectasen. Como consecuencia, no podían establecer contacto alguno con Moscú, por lo que desconocían qué es lo que estaba sucediendo en el exterior.
La marina estadounidense envió mensajes de radio al submarino para que subiera al exterior, pero al estar el navío a tanta profundidad, jamás fueron recibidos. El comandante del B-59, Valentin Savitsky, que llevaba sin recibir una orden de Moscú desde hacía una semana, no estaba dispuesto a subir a la superficie, por lo que la flota de Estados Unidos comenzó a lanzar cargas de profundidad que estallaban a los costados del submarino para forzar a los soviéticos a hacerlo.
Cuando Kennedy supo que la marina norteamericana estaba siguiendo esta estrategia, palideció, ya que pensó que los soviéticos podían confundir erróneamente aquellas cargas como un ataque directo. Aquel fue, según el hermano del presidente, el momento de mayor preocupación del JFK.
Nada más lejos de la realidad: Savitsky, que al igual que el resto de los marineros no sabía qué estaba sucediendo, y al ver cómo el submarino sufría las consecuencias de las cargas explosivas (destrucción de sistemas básicos como el de ventilación) pensó que la III Guerra Mundial podría haber comenzado ya. Por lo tanto, existía una justificación para lanzar los proyectiles, análisis compartido por el consejero político, pero no por Akhipov, el comandante de la flota.
Al borde del desastre
La situación era crítica. El peso de la historia y la supervivencia de la raza humana descansaban ahora sobre los hombros de Arkhipov, quien inició una discusión con Savitsky sobre la opción de subir a la superficie. El comandante de la flota argumentó que no era posible que los norteamericanos les estuvieran atacando, pues las cargas de profundidad estallaban a los lados del submarino. Si Estados Unidos hubiera querido destruirles, ya lo habrían hecho, por lo tanto, lo que querían era que el B-59 subiera a la superficie.
Horas tardó Arkhipov en convencer a Savistky de que lo más sensato era subir, hablar con los norteamericanos y esperar órdenes de Moscú. Finalmente, y felizmente para todos, el buque soviético subió a la superficie. La III Guerra Mundial se había evitado.
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La importancia de una cabeza fría
Gary Slaughter, oficial de comunicaciones del buque USS Cony diría años más tarde que "Dios bendijo a ese hombre, porque, ¿qué hubiera ocurrido? Hubiéramos entrado en una guerra nuclear contra la Unión Soviética y probablemente no hubiera habido mundo después".
Desconocemos si hubo intervención divina. Lo que está claro es que Akrhipov mantuvo el control de la situación y, como dijo su mujer, supo ver que lanzar los torpedos nucleares "era una locura".
Gracias a la cabeza fría de Akhipov se evitó la guerra nuclear y, por lo tanto, la destrucción de la humanidad. Sin embargo, la historia de este hombre apenas es conocida. Quién sabe si, de haber nacido en Arkansas, ya se hubieran hecho películas o series de su figura.
Sea como fuere, es bueno saber que entre los episodios de locura y sinrazón que ha tenido la Historia de la Humanidad, también ha habido momentos donde la templanza y la lógica lograron imponerse, lo cual es, sin duda, esperanzador.