Shutterstock
La playa parece un lugar idílico, pero no todo es como se ve en las fotos de Instagram
11 meses de duro trabajo en la oficina, ahorrando céntimo a céntimo para esas vacaciones soñadas en Calpe. 7 días y 6 noches en un microapartamento de 2 habitaciones para 9 personas, que realmente ha costado como si fuera para 9 personas, para que al final, te acaben amargando hasta el tiempo en la playa. ¿Os ha pasado?
01 Agosto 2019
|La costa es el destino favorito de un enorme número de turistas, que llegan de todas partes de España y el extranjero. No es para menos. España tiene alrededor de 6.000 km de litoral, sumando las tres vertientes (mediterránea, cantábrica y atlántica) y los dos archipiélagos. Y no solo ganamos por cantidad de playas. También son de gran calidad, pues se trata del país con más banderas azules, distinción que otorga la Fundación Europea de Educación Ambiental en reconocimiento a las playas, instalaciones de las mismas y cuidado del medio ambiente. Aunque parezca increíble, incluso Madrid tiene una bandera azul, en la playa del Pantano de San Juan.
A todos nos gusta enfundarnos el bañador, pero no todo en la playa es alegría y alborozo. Generalmente, todo es más idílico cuando nos lo cuentan, o en las fotografías, que en la realidad. Empezando porque la 'Operación Bikini' arrancó más tarde de lo debido (o ni siquiera ha comenzado), y la barriguita cervecera asoma en todas las poses. Además, parece que cerca del mar el calor se pasa mejor. Pero dormir con esos niveles de humedad y más de 25 grados de temperatura mínima es un auténtico suplicio.
Las playas del Mediterráneo acostumbran a estar realmente concurridas. En ellas, cada metro cuadrado es un tesoro a mantener, y aquellos que desean disfrutar de un día de playa a una distancia razonablemente cercana de las olas deben despertarse a horas intempestivas para colocar la sombrilla y rezar que siga ahí cuando el grupo (ya sea la familia o el grupo de amigos) se decida a bajar. Eso si se da el caso de que el apartamento está en primera o segunda línea de playa, claro. Si hay que coger el coche, será mejor que os calcéis los tenis, porque aparcar es una tarea realmente difícil y es posible que toque andar una distancia considerable, y además bastante cargado.
Cuando al fin llegas al lugar en el que vas a pasar el día junto a tus seres queridos (y a cientos de personas más), toca montar el campamento. Se sacan las toallas, evitando que se vuelen, se abre la sombrilla, las sillas, los tupperware, y las bebidas (cervezas, tintos de verano o lo que haya, mientras esté frío) y otros mil aparejos. El viento puede llegar a ser molesto para todos, pero si hay algún fumador, que vaya asumiendo que va a perder como mínimo 5 minutos en encender cada cigarro (Consejo: los mecheros que funcionan como 'sopletes' no se apagan con el viento. Consejo aún mejor: aprovecha las vacaciones para dejar de fumar).
Al fin está todo en su lugar y decides ir a darte un chapuzón para no tener tanto calor. Si te encuentras en playas de la costa atlántica o cantábrica, entrar es un reto para el común de los mortales. Parece increíble que con esas temperaturas el agua pueda estar tan fría. Pero lo está. Si vas a la zona de Levante el agua parece caldo para paella. Entre la cantidad de gente y la temperatura del agua, empiezas a dudar qué tanto por ciento de ese agua será orina. Seguramente incluso más de lo que creías. Pero mejor no pensar en esas cosas.
Crema solar y a tomar el sol. Cierras los ojos y descansas del estrés del año. Si consigues dormirte, lo más probable es que tus amigos te entierren sin que te enteres. Claro, que si no lo hacen, te levantarás con un precioso tono rojizo en la piel y nadie te podrá tocar en una semana. Pero no te preocupes, lo más normal es que los gritos de los niños de alrededor y al Fermín Trujillo de turno ofreciendo sus 'banana boats' o pedalos (algunos de ellos con tobogán), que no respetan algo tan español como la siesta; sumados a que cada grupo lleva su música, no te permitan oír el silencio como Albert Rivera, apenas si escuchar las olas.
Lo más visto
Aun así, si encuentras un momento de paz, lo más seguro es que caerás rendido y te dormirás. Despertarse de la playa te deja una sensación de atontamiento única, hasta el punto de que te suceden cosas como las de este señor.
Problemas veraniegos. Perder el móvil en la playa. pic.twitter.com/DhjEyOgHjM
— Blog de economía (@euribor_com_es) July 30, 2019
Una vez te recuperas, decides comer esos preciosos tupperware que has o te han preparado con todo el cariño. Cariño sí. Sentido común, ya menos. Tal vez alguien podría haber pensado que la fabada no era la mejor elección. Bueno, al menos hay sandía de postre. Después de comer, unos se ponen a leer, otros a las palas, y algunos sacan la baraja (hasta que se vuelan diez o doce cartas y deciden que no ha sido la mejor elección). Si vas con la familia, olvídate de bañarte hasta dos horas después de comer (la madre de Dani Rovira se inclinaba por seis horas y media), para evitar el temido corte de digestión. Si vas con tus amigos, un poco más despacio, tal vez, pero vas al agua igualmente.
Después de un precioso día de playa, os tenéis que marchar repentinamente porque a uno le ha picado una medusa. La salida, previo paso por las duchas (completas, y de pies) es una procesión bastante penosa. Te has duchado en la playa para quitarte la arena, pero no te engañes, hasta que no llegas a tu apartamento no echas ni un grano, pues están esperando para dejar el piso como si fuera el desierto del Sahara. Hay arena en zonas de tu cuerpo cuya existencia desconocías.
Probablemente sea una exageración. Se puede disfrutar mucho, aunque pasen estas cosas. Probablemente la envidia de estar escribiendo esto mientras vosotros estáis en la playa es lo que ha generado este artículo. Porque lo normal, es que por mal que se dé un día de playa, se repita al siguiente con las mismas ganas. Salir de la rutina, refrescarse, desconectar y coger vitamina D del sol son suficientes razones para seguir yendo, aunque no todo sea perfecto.