Kobe Bryant: ¿hablar de su acusación de violación es inmoral?

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Hablar sobre la acusación de violación contra Kobe Bryant es escabroso, ¿pero es inmoral?

La muerte de Kobe Bryant y el recuerdo de su acusación de violación en 2003 han abierto un debate sobre cómo se debe actuar en estos casos: ¿es necesario recordar las luces y sombras de los fallecidos para así conocer toda la verdad sobre el personaje, o hay que taparlo todo y no remover un tema escabroso?

Por Juan Sanguino  |  29 Enero 2020

Horas después de la muerte de Kobe Bryant en un accidente de helicóptero, la periodista Felicia Sonmez compartió en Twitter un detallado reportaje sobre la denuncia por violación interpuesta contra la estrella de los Lakers en 2003. Una empleada del hotel donde se alojaba Bryant, que entonces tenía 25 años, le acusó de haberla violado, y él reaccionó admitiendo el encuentro sexual pero describiéndolo como "consensuado". La polémica le costó a Bryant tres de sus patrocinios (Adidas, McDonald's y Nutella) y el afecto de parte de la opinión pública. La víctima, de 19 años, decidió no testificar, y Bryant llegó a un acuerdo económico privado con ella (o quizá el orden fue inverso) y después emitió un comunicado en el que reconocía (más o menos) su culpabilidad: "Aunque sinceramente creo que nuestro encuentro fue consensuado, me doy cuenta de que ella no lo ve de la misma forma. Tras meses de revisión y descubrimiento, de escucharla a ella y a su abogado, ahora comprendo que ella siente que no accedió a ese encuentro".

Esta confesión, muy poco habitual en los casos de agresiones sexuales, rehabilitó la figura de Kobe Bryant y dignificó su capacidad para crecer, madurar y arrepentirse. Cuando falleció este martes a los 41 años, Bryant era uno de los deportistas más queridos, admirados y respetados del mundo. La periodista del Washington Post Felicia Sonmez, sin embargo, advirtió que hay que "recordar a las figuras públicas en su totalidad", y compartió el reportaje de The Daily Beast (no escrito por ella, de modo que no estaba tratando de promocionar su trabajo), desatando una tormenta de críticas contra su falta de sensibilidad, su racismo e incluso su poco rigor moral por remover un asunto que los tribunales ya habían (más o menos) resuelto. Como muestra del acoso que estaba sufriendo, Sonmez publicó una captura de su bandeja de entrada atestada de e-mails con insultos y amenazas de muerte e incluso se fue a un hotel porque varios de sus atacantes online habían publicado su dirección en Twitter. El Washington Post la despidió (para readmitirla 48 horas después). No hay ironía más perversa que la de una mujer siendo cancelada, vejada y despedida por mencionar el delito de un hombre que violó a una chica y no fue ni cancelado, ni vejado, ni despedido por ello. Claro, que en 2004 no existían las redes sociales.

La moral, la sensibilidad y el decoro de Sonmez pueden ser o no oportunos, eso es subjetivo, pero su rigor periodístico no: la historia de Bryant es tan pública como él y por tanto puede ser comentada. La información debe estar tan disponible ahora como lo lleva estando 16 años, desde que ocurrió el incidente, y en todo caso cabría acusar a Sonmez de sensacionalismo si hubiera escrito un artículo sobre el asunto para traducir la repercusión de la muerte de Bryant en clicks para su web. Seguiría siendo información lícita, pero sus intenciones sí resultarían corruptas. Lo cierto es que Kobe Bryant es una leyenda del basket y también es un hombre que violó a una mujer, pero remover ese asunto justo ahora resulta conflictivo moralmente: ¿Hay que respetar el duelo de toda una nación, que encuentra consuelo al centrarse en la grandeza de los muertos, o eso significaría estar silenciando una violación? Bryant era un chaval de 25 años con demasiado poder que se benefició de un sistema que protege a los abusadores si esos abusadores son hombres con dinero. Un chaval al que ese sistema ha educado para interpretar los "no" como "sí, pero me estoy haciendo la dura". Y eso no lo exime de culpa, pero sí es imprescindible para comprender por qué Bryant creyó que podía perpetrar esa agresión sin siquiera ser consciente de que era una agresión.

¿Cómo debemos juzgar a Kobe Bryant?
¿Cómo debemos juzgar a Kobe Bryant? GTRES

La actriz Evan Rachel Wood tuiteó: "Lo que ha ocurrido es trágico. Se me rompe el corazón por la familia de Kobe. Era un héroe del deporte. Era también un violador. Y todas estas verdades pueden existir simultáneamente". Entre las respuestas, varias personas se apresuraron a darle un 'zasca' recordándole que cuando ella se mostró devastada por la muerte de David Bowie hace tres años no mencionó que el cantante se acostaba con chicas de 15 años cuando él tenía más de 20. De ahí muchos han concluido que Wood es una racista y una feminista privilegiada blanca o que el #MeToo está fuera de control: ¿Cómo puede atacar a un hombre recién fallecido cuya hija también murió en el accidente? Lo cierto es que Wood no está atacando a Bryant, pero la muerte del deportista ha acabado sirviendo como terreno para la enésima batalla de las guerras culturales que nuestra civilización lleva librando desde la elección de Donald Trump hace casi cuatro años. Y lo que más les conviene a los políticos es que en toda guerra, literal o virtual, haya poco espacio para lo racional, para la negociación y para las medias tintas.

Un debate que se repite

Cada vez que una nueva celebridad resulta ser un depredador sexual (presuntamente o no) parecen quedar solo dos posturas posibles: o lo cancelas y dejas de consumir su obra inmediatamente o lo defiendes sin aceptar ni un solo matiz. Quedarte en medio solo hará que sufras las represalias de ambos bandos. Cuando el documental 'Leaving Neverland' dio voz a dos hombres que sufrieron abusos sexuales por parte de Michael Jackson, sus fans cerraron filas negando todos los hechos y desacreditando a las víctimas. El gran público, por su parte, reaccionó con estupefacción, no ante las revelaciones, sino ante lo poco que le había importado saberlas durante años: Jackson ya fue acusado en 1993 y de nuevo en 2002, pero la opinión pública aceptó sin rechistar narrativas sugeridas por la prensa como "las madres de esos niños son unas sacacuartos sin escrúpulos" o "Michael duerme con niños, a los 36 años, porque él es un niño también". Es como si el mundo se sintiese culpable por haber mirado hacia otro lado y ahora quisiera compensar su negligencia con carácter retroactivo y con creces.

El documental 'Leaving Neverland' provocó una reacción contra Michael Jackson.
El documental 'Leaving Neverland' provocó una reacción contra Michael Jackson. HBO

El documental 'Surviving R. Kelly' ofrece testimonios de varias mujeres que convivieron con el cantante norteamericano R. Kelly en una especie de harén de niñas adolescentes. A R. Kelly también lo llevaban acusando años, incluso con pruebas en vídeo, pero nadie le prestó al menor importancia. Del mismo modo, la acusación por abusos sexuales contra Woody Allen (según la cual el director realizó tocamientos a su hija Dylan) por parte de Mia Farrow fue desestimada por un juez incluso aunque Allen estuviese en aquel momento iniciando una relación con otra hija de Mia, algo que puede ser sórdido, perturbador o inmoral, pero no un delito. Todo esto ocurrió en 1993 y Allen siguió trabajando con las mayores estrellas de Hollywood, ganando Oscars y siendo admirado como uno de los mejores cineastas del mundo. Pero en pleno #MeToo, Dylan publicó un artículo en The Hollywood Reporter reafirmando su versión de los hechos y Hollywood le dio la espalda (Amazon canceló su contrato y le indemnizó con 65 millones): ¿Había hecho algo nuevo Allen? No ¿Eran peores sus supuestas atrocidades ahora? No, eran las mismas que en 1993 cuando todo el mundo dio por loca a Mia Farrow y siguió adorando a Woody. Pero una de las consecuencias del #MeToo es tratar de compensar, en parte por justicia retroactiva y en parte por limpiar nuestra conciencia, todos nuestros descuidos morales del pasado. Y es agotador.

Nadie apoyó a Mia Farrow en 1993.
Nadie apoyó a Mia Farrow en 1993. GTRES

Pero se ha generado una reacción adversa: hay gente que defiende a Woody Allen, con argumentos quizá más intelectuales que los de los fans de Michael Jackson pero igual de fanáticos, sin aceptar ni un solo agujero en el caso. Por un lado, nadie sabe qué ocurrió realmente en aquel desván y ya sabemos lo peligroso que es desconfiar de las víctimas, pero por otra parte si Allen fuese un depredador sexual (y no solo un hombre al que le encantan las jovencitas) el patrón indica que debería haber reincidido. Y si hubiera reincidido se sabría. En el caso Allen no hay una verdad única, lo que hay es demasiada gente convencida de que conoce toda la verdad.

Y si no, siempre queda la calle de en medio: separar al hombre del artista. ¿Pero cómo puede experimentarse el arte sin tener en cuenta su valor emocional, social o psicológico? ¿Cómo ver una actuación de Michael Jackson, en la que sin duda acabará sacando a un puñado de niños a cantar 'Heal The World', sin recordar lo que (supuestamente) hizo? Es fácil cancelar a Harvey Weinstein porque solo era un productor de cine, nadie tiene apego emocional hacia su cara y se pueden seguir viendo sus películas sin culpabilidad (a pesar de que cada visionado le reporte beneficios económicos). Pero ver una película con Johnny Depp, una de Roman Polanski o la serie de Bill Cosby es una experiencia distinta: tu nostalgia y tu placer entrarán en conflicto con la información humana que tienes sobre esos artistas. Caídas en desgracia públicas ha habido siempre, desde que Roscoe Arbuckle violó a una chica con una botella causándole la muerte en 1921 hasta que el ídolo infantil Pee-Wee Hermann fue arrestado en un cine porno en 1991. Ambos delitos son incomparables, pero las consecuencias para los actores fueron bastante similares: vergüenza, boicot y olvido.

Así que eso de la cultura de la cancelación no es nada nuevo, simplemente ahora está más organizado y es más agotador para todos los implicados. El caso de Plácido Domingo está resultando paradigmático. Sus acusaciones por acoso y abusos sexuales a compañeras de trabajo han prescrito legalmente, de modo que la única forma de condenarlas es marginándolo al ostracismo. Porque la otra opción es seguir como si nada y eso, para mucha gente, sencillamente no es una opción: hay que encontrar la forma de castigar estos abusos sistemáticos. La que sea. Domingo se justificó diciendo que todas esas relaciones sexuales fueron consensuadas y que no existió abuso de poder porque eran otros tiempos. Pero el paraguas de "eran otros tiempos", aunque comprensible e innegable, no puede servir para justificar cualquier cosa: hay muchos cantantes de ópera que triunfaron en "esos tiempos" y no utilizaron su éxito para aprovecharse sexualmente de sus compañeras menos exitosas. Hacerlo nunca estuvo bien, simplemente no estaba tan mal visto. Que no es lo mismo.

Plácido Domingo recibe ovaciones y críticas a partes iguales.
Plácido Domingo recibe ovaciones y críticas a partes iguales. GTRES

Es como cuando Mel Gibson bramó insultos racistas contra un policía judío y después se excusó diciendo que iba borracho (hay muchísima gente que se emborracha sin exclamar insultos racistas) y que no sabía que le estaban grabando. El caso Gibson es muy diferente al caso Domingo, del mismo modo que cada polémica del #MeToo (Louis CK, Aziz Anzari, James Franco) es un caso individual que debería contemplarse en su contexto, su gravedad y su ilegalidad en vez de arrojar a todos los hombres a la misma fosa común cultural. Pero recordemos que en la guerra no hay espacio para lo racional, la negociación o las medias tintas.

La Nueva Crítica literaria de principios del siglo XX, en su afán por inscribir los estudios literarios en centros académicos, proponía que las obras de arte son independientes de sus autores, que el texto era un "ente autónomo" (como lo definió T. S. Eliot en 1923) que debe ser observado sin tener en cuenta a su creador. Esta separación total entre la obra y su artista buscaba intelectualizar el arte para que fuese tan respetado como la ciencia, pero hoy no es aplicable: un científico puede ser un hombre despreciable, pero sus descubrimientos son objetivamente excelentes cuando mejoran sustancialmente la humanidad. Los seres humanos no pueden permitirse el lujo de renunciar a la penicilina solo porque descubriesen que su inventor era un criminal. Pero los seres humanos sí pueden dejar de ver una serie si la presencia de un actor les incomoda moralmente: a veces ves una serie solo porque su actor te cae bien, de modo que es legítimo dejar de verla cuando su actor no te gusta. Y eso ya es un castigo para el actor, pero mucha gente considera que no es suficiente y que hay que derribarlo públicamente para la sociedad se ponga de acuerdo en sus valores y pueda seguir adelante con menos mugre en su maleta. "Los artistas son así", "no se puede hacer nada" o "los genios tienen temperamento" ya no computa como excusa, pero tampoco podemos resetear nuestros cerebros de la noche a la mañana cuando hace 15 minutos Francia invitó al novelista William S. Burroughs ('El almuerzo desnudo') a mudarse a París y le prometió un suministro inagotable de drogas con tal de poder presumir ante el mundo entero de que Burroughs viviese en París.

Sería arrogante por nuestra parte, como sociedad, pensar que hemos alcanzado un nuevo estado de consciencia y de sensibilidad. Nosotros también estamos cometiendo errores que serán analizados con condescendencia por la sociedad futura, que seguro nos verá como una generación de transición: somos la bisagra entre el mundo analógico y virtual, hemos experimentado el despertar colectivo ante los abusos sexuales del poder y hemos reaccionado dándonos zascas los unos a los otros. Poco después de salir a la luz el escándalo, Plácido Domingo recibió una ovación en pie de 20 minutos en Milán. Unos aplausos a su actuación y a su carrera que, ahora mismo, también significaban un apoyo a la "caza de brujas" de la que mucha gente considera que Domingo está siendo víctima. Aplausos que significan "no hiciste nada malo", "estamos contigo" o "sabemos separar al hombre del artista". Pero eso de separar al hombre del artista solo es algo que te puedes permitir si consideras que lo que hizo el hombre, en el fondo, tampoco te parece tan grave. Porque este asunto, como casi todos los relacionados con el #MeToo, no es sencillo en absoluto. Y el relato de terror de los abusos sexuales tiene un nuevo monstruo: la muchedumbre que, desde el sofá de su casa, está absolutamente convencida de que es sencillo y lo tiene todo clarísimo. Eso también da miedo.

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