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'La Gestapo de los balcones', o cómo el coronavirus está reviviendo el experimento de la cárcel de Stanford
Durante la crisis del coronavirus, algunos ciudadanos increpan a otros por salir a la calle sin tener ninguna autoridad para ello. Esto tiene mucho que ver con el mítico experimento de la cárcel de Stanford.
31 Marzo 2020
|Durante el Estado de Alarma provocado por el coronavirus en España nos encontramos todos los días en redes sociales con situaciones en las que ciudadanos, desde sus casas, insultan, critican, abuchean o denuncian a otros ciudadanos que se encuentran en la calle, sin saber siquiera para qué han salido en estos tiempos de confinamiento.
Pueden haber ido a la compra, a ver a un familiar que necesite de cuidados o a trabajar para cubrir las necesidades básicas de todos nosotros. Incluso puede que sean profesionales sanitarios a los que luego no dudar en aplaudir a las 20:00h., o que se trate de personas con necesidades especiales (problemas mentales, autismo, etc) que necesitan salir a la calle. También puede que alguien esté actuando irresponsablemente y poniendo en riesgo su salud y la de los otros, pero, en ese caso, y esta es la pregunta clave, ¿quién eres tú para dar órdenes o insultar a los demás? Para señalarles como culpables. La respuesta es clara: si no eres una autoridad competente, no eres nadie para juzgar quién está en la calle y quién no.
Insultos y gritos a un niño con autismo y con permiso para saltarse el confinamiento https://t.co/E3pQZYbMGE
— Miquel Ramos (@Miquel_R) March 24, 2020
El problema de la policía ciudadana, de los guardianes civiles de la paz y la justicia por cuenta propia, es algo que ya hemos visto en otros momentos de la historia. En toda guerra civil, por ejemplo. También durante el auge del nazismo. Ahora, con el coronavirus, estamos viendo también a la gente convertirse en policía ciudadana, con acusaciones particulares entre iguales.
Bueno gente, hoy a mi madre la han abucheado por estar en la calle. ¿Y por que estaba mi madre en la calle? Porque se pasa desde las seis y media de la mañana yendo de casa en casa cuidando a personas mayores que están solas o con movilidad reducida en sus vivendas. +
— Medusa. (@mnudamierda) March 21, 2020Lo más visto
El experimento de la cárcel de Stanford, la explicación de esta actitud
El experimento de la cárcel de Staford refleja a la perfección la pulsión de cierta gente por coartar, intimidar y controlar a los ciudadanos que salen a la calle durante el coronavirus.
En 1971, un grupo de científicos de la Universidad de Stanford liderado por Philip Zimbardo se propuso investigar cómo el ser humano se comportaba en cuanto a la dualidad guardia-cautivo en un ambiente de prisión, y cómo los roles dados en relación a convertirse en autoridad podían influir en el comportamiento humano.
Para llevar a cabo este famoso experimento, Philip Zimbardo reunió a un grupo de estudiantes que fueron repartidos en dos grupos: vigilantes y prisioneros, en una falsa cárcel que montaron en uno de los sótanos de la Universidad de Stanford. Los vigilantes recibieron órdenes sobre qué podían y no podían hacer los vigilados, que, además, iban vestidos de manera incómoda para representar su menor libertad. Para no hacer perder demasiado tiempo al lector, resumiré diciendo que el experimento se descontroló. Los vigilantes, que antes de comenzar el experimento eran iguales a sus vigilados, empezaron a desarrollar actitudes demasiado autoritarias y controladoras, sometiendo a castigos desmedidos a los falsos prisioneros, creando grupos rivales entre ellos (los que acataban órdenes y los que no) para mantener el control de la falsa cárcel, llegando incluso a utilizar la violencia física y la humillación.
señor agente ese hombre lleva diez minutos paseando al perro pic.twitter.com/5yMp61gnBt
— laura (@madududuixa) March 21, 2020
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Este experimento, que se canceló antes de la primera semana, refleja cómo, ante una situación en la que personas normales adquieren un poder coercitivo que no les es propio, los 'poderosos' empiezan a desarrollar actitudes las con que se abusa de los inferiores. En el caso original de Stanford, además, se daba que se reproducían las dinámicas de una prisión: culpables y defensores de la justicia.
Esto último es lo que se relaciona directamente con el coronavirus y la policía popular que ha surgido en estas semanas de alarma en los balcones y en cada esquina. Ciudadanos poseedores de la verdad y del derecho de decirles a los demás qué está bien y qué no lo está, por qué pueden salir y por qué deben ser increpados. Ciudadanos que, indirectamente, al tomar ellos el papel de vigilantes, dejan de confiar en los verdaderos encargados de discernir si alguien puede o no salir a la calle de forma justificada durante la cuarentena. Como la policía no está en ese momento, asumo yo su rol. ¿Pero quién eres tú para asumir ningún rol?
En tiempos de preocupación social como los que vivimos debido al coronavirus, estas críticas desde los balcones (la España de los balcones también es esta) demuestran que, los autoritarios viven agazapados entre las sombras en el día a día y que esperan cualquier situación propicia para mostrar su verdadera cara.
El otro día, en el supermercado, un hombre de unos 40 o 45 años (deportivas, vaquero recto estilo años 2000, sin forma, camiseta, cazadora vaquera, gorra, gafas de sol, barba de varios días) increpaba de mala manera a una mujer por estar parada en la sección de droguería con lindezas del estilo: "¿Qué haces mirando cremas? Aquí se viene a comprar comida y no esas tonterías". La mujer le respondió que no estaba haciendo nada malo, y el hombre empezó un breve monólogo acerca de que todavía estábamos en un país libre y que sus únicos derechos eran quedarse en su puta (sic) casa y dar su opinión y que nadie podría impedirle que dijera lo que quisiera y bla bla bla. El típico discurso de resentido. Que se hubiera atrevido a decírselo a otro hombre es un tema que daría para otro artículo.
¿Quién vigila a los vigilantes?
En la magnífica película de Quentin Tarantino, 'The Hateful Eight', Oswaldo Mobrey, el personaje interpretado por Phillip Roth, reflexiona, en un monólogo memorable, sobre la justicia y cómo ésta debe ser fría y desapasionada. Con cierta parte de la población perdiendo los valores democráticos que nos hacen iguales y libres entre nosotros por culpa del coronavirus, vuelve a resultar revelador:
"Ahora... eres buscada por asesinato. Por el bien de mi analogía vamos a suponer que lo hiciste. John Ruth quiere llevarte a Red Rock para ser juzgada por asesinato y, si eres hallada culpable, la gente de Red Rock te colgará en la plaza del pueblo. Y, como verdugo, voy a realizar la ejecución. Si todas esas cosas terminan sucediendo, eso es lo que la sociedad civilizada llama justicia.
Sin embargo, si los familiares y los seres queridos de las personas que asesinaste estuvieran fuera de esa puerta, ahora mismo, y luego arrancaran esa puerta, te arrastran fuera en la nieve y te colgaran del cuello... eso sería justicia fronteriza. La parte buena de esa justicia es que es muy satisfactoria. La parte mala es que es propensa a ser tan errada como correcta. Pero en última instancia, ¿cuál es la diferencia real entre las dos?
La verdadera diferencia soy yo, el verdugo. Para mí no importa lo que hayas hecho. Cuando te cuelgo no tengo satisfacción con tu muerte, es mi trabajo. Te cuelgo en Red Rock, me marcho a otro pueblo y cuelgo a alguien allí. El hombre que acciona la palanca, que rompe tu cuello, debe ser un hombre sin emociones. Y esa carencia es la esencia misma de la justicia. Porque la justicia impartida con emociones siempre está en peligro de no ser justicia".
Ante la elocuencia que Quentin Tarantino muestra una vez más, poco puedo añadir yo salvo que, aunque haya distancia entre un hecho y otro (el de una forajida que va a ser ahorcada en el S. XIX en los Estados Unidos y la policía popular del coronavirus en España), en ambas prevalece la máxima de que la justicia, impartida con sentimientos, deja de ser justicia. Algo que debería servir a aquellos que insultan desde sus ventanas a quien sale de casa o que, tal como se muestra en el tweet que veréis a continuación, señalan a quienes no aplauden en a las 8 de la tarde, convirtiéndose en un Randall de los balcones.
A mí de todo esto me está quedando lo miserable que puede llegar a ser el ser humano. pic.twitter.com/3cFE8xeiEB
— Pilo ???? (@piloskas) March 26, 2020
En otra magnífica obra ficcional, 'Watchmen', de Alan Moore, se plantea la importante pregunta de quién vigila a los vigilantes. Si éstos se mueven de forma paralela a la policía, ¿quién impide que estos se pasen de la raya y acaben desarrollando el mismo tipo de acciones en contra de la legalidad que los individuos que persiguen? Situarse al lado de la justicia, o mezclar la justicia y las leyes con los sentimientos es propio de autoritarismos y de poca altura personal.
Los medios de comunicación han favorecido este sensacionalismo haciendo de las personas, personajes, apoyados por políticos aprovechados que, de momento en España con el coronavirus, no se han atrevido a defender a los vigilantes de los balcones. Todo llegará.
¿Cuál es el límite? Indudablemente para la mayoría, el sentido común. Sin embargo, cuando vemos que hay quienes se extralimitan a la hora de juzgar a otros ciudadanos por sus acciones, el sentido común parece que no es suficiente. Si no queremos que la crisis del coronavirus acabe como el experimento de la cárcel de Stanford, debemos apartar la idea de que podemos tomar la justicia como algo propio.