The Academy
Tras 20 años obsesionado con los Oscar, ahora los odio
Si a la Academia de Hollywood no le importan las películas, ¿por qué deberían importarme a mí los Oscar?
22 Febrero 2019
|La noche del 24 al 25 de febrero será la vigésima que pase en vela por los Oscar. La primera fue en 1999, cuando incluso a través del audio de la SER se notó el estupor de Harrison Ford al anunciar a 'Shakespeare enamorado' como ganadora por encima de la favorita, 'Salvar al soldado Ryan'. La primera edición a la que presté atención, eso sí, fue la de 1995 porque mi hermana compró por primera vez la Fotogramas, con Jodie Foster en portada, e incluía un despliegue de las nominaciones. Yo no entendía por qué 'Leyendas de pasión' no tenía 12 nominaciones e hice la quiniela sin haber visto ninguna nominada. Esa coincidencia marcó mi afición a los premios: el cine y los Oscar entraron en mi casa a la vez.
Tanto, que mi primera incursión en la comunicación (cuando todavía era profesor de inglés) fue con un podcast que cubría y cubre la carrera de premios, 'La sexta nominada', que ya va por su séptima temporada. Durante años me he partido la cara (no literalmente) con todo el que me ha espetado que los Oscar no son más que un concurso de popularidad, que nunca ganan los mejores sino los que más promoción hacen y que hay intereses económicos, políticos e ideológicos detrás de cada premio. Aun sabiendo que los tres argumentos son ciertos, he defendido los Oscar como una celebración del cine, el único sustento que les queda ya a las películas adultas y la única noche del año en la que podemos ver a las estrellas genuinamente emocionadas. Porque por mucho que lleven preparado su discurso y por muy favoritos que sean, las estrellas de cine nunca se muestran más humanas en público como cuando ganan un Oscar. Pero 20 años después, ya no puedo creerme mis propios argumentos: los Oscar han dejado de interesarme por completo.
Los Oscar me han ido desilusionando por acumulación. Por un lado, la campaña al Oscar se hace cada vez más tediosa. Los precursores han dejado de tener personalidad propia, incluso los antiguamente transgresores Baftas que premiaron 'El hombre elefante', 'Cuatro bodas y un funeral', a Philippe Noiret por 'Cinema paradiso', a Jaime Bell por 'Billy Elliot', a Pedro Almodóvar por 'Todo sobre mi madre', a Baz Luhrmann por 'Romeo y Julieta', a Rosanna Arquette por 'Buscando a Susan desesperadamente' o a Sigourney Weaver por 'La tormenta de hielo' tratan desesperadamente de predecir los Oscars. En 1995 se fundaron los Critic's Choice, que podrían ofrecer una alternativa 'intelectual' al resto de premios de la industria pero que se limitan premiar a los que suenan como favoritos para los Oscar. Con este panorama, cuando llegan los Oscar las sorpresas ya son imposibles.
Tampoco ayuda la sobreinformación (a la que, por supuesto, yo me expongo deliberadamente), porque en realidad hace 20 años 'Shakespeare enamorado' había ganado el Bafta y el premio del sindicato de actores. Hoy esas victorias habrían sido percibidas como una amenaza, en aquel momento fueron consideradas (por los pocos que les prestaron atención) como una excentricidad.
Durante esas mismas campañas, las estrellas paralizan su agenda para hacer promoción (supuestamente de la película, pero en realidad de sí mismos) 24 horas al día durante seis meses. Algunas hasta recurren a bodas exprés (Anne Hathway, Natalie Portman, Eddie Redmayne, Gary Oldman) para que se genere la narrativa de "están en el momento más dulce de su vida, coronémoslo con un Oscar". Y sin embargo, en ninguna de los cientos de entrevistas orquestadas para promocionar su candidatura (Javier Bardem confesó que llegó a desmayarse durante una jornada de campaña) se habla de los Oscar.
Porque quedaría frívolo reconocer en voz alta que están compitiendo para ganar, pero que no os engañen: todo el mundo en Hollywood está obsesionado con los Oscar. Ted Tally, el guionista de 'El silencio de los corderos', contaba que jamás ha visto gente tan nerviosa como las estrellas que fumaban y esnifaban cocaína en el baño del Dorothy Chandler Pavillion. Steven Spielberg llamó a Peter Farrelly para felicitarle por 'Green Book', ¿y qué le dijo? "Seguro que te nominan". Reese Witherspoon explica que decidió abrir una productora cuando le ofrecieron un guion espantoso y su agente trató de convencerla con "hay varias ganadoras del Oscar luchando por este papel" (la película, según investigó Vulture, era 'Mil formas de morir en el oeste' y el personaje lo acabaría interpretando Charlize Theron). Los Oscar son el baremo definitivo para medir el triunfo en los pasillos de Hollywood y, sin embargo, en público nadie habla sobre ellos en esos términos. Nadie quiere que parezca que desean ganar.
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¿Y de qué hablan entonces? Desde hace unos años, de política. Las estrellas han madurado en empatía y en conciencia de su poder para inspirar al mundo y cambiar la sociedad con su trabajo. Siempre ha sido así, pero hasta hace unos cinco años exponerlo podía costarles la carrera. Hoy, al contrario, nadie gana un Oscar si no se implica explícitamente en alguna causa. Y cuando suben a ese escenario, su discurso se limitará a una lista de nombres y una reivindicación social que, con suerte, nadie habrá hecho antes que ellos. Hoy es imposible que se repitan momentos como Julia Roberts eufórica arrancando con "yo ya tengo una televisión estupenda (aquel año se regalaban televisores a los premiados que no excediesen los 90 segundos) así que voy a tomarme mi tiempo porque tengo la impresión de que no voy a volver a estar aquí arriba", o Sally Field gritando "os gusto, os gusto de verdad" al ganar su segundo Oscar, o Whoopi Goldberg empezando con "no tenéis ni idea de cuánto he deseado esto, desde que era pequeña". En 2013, cuando Jessica Chastain agradeció su Globo de Oro explicando lo muchísimo que le había costado llegar hasta ahí, varias personas la acusaron de arrogante y el favoritismo viró hacia la mucho más simpática Jennifer Lawrence.
Las narrativas son así de poderosas. Caer simpático no te da un Oscar automáticamente (Benedict Cumberbatch se pasó toda la carrera de 2015 haciendo photobombs y no le sirvió de nada), pero puede inclinar la balanza: Guillermo del Toro, quizá el primer ganador del Oscar gracias a Twitter, venció a Christopher Nolan por convertirse la categoría de mejor director en un duelo entre la afabilidad y la soberbia. Esa necesidad desesperada de viralidad en redes sociales, paradójicamente, le resta autenticidad a la gala. Los Oscar ya no son el único lugar donde ver a la estrellas siendo humanas: está el programa de Ellen Degeneres, cualquier alfombra roja, sus propias stories de Instagram o, en definitiva, todo espacio donde haya una cámara. Las estrellas ya no tienen ningún misterio. Y cuando recogen el Oscar, además de estar visiblemente agotadas, se trata de un paso más (el último) en una carrera calculada hasta el más mínimo detalle. Pero eso, claro, no es culpa de los Oscar sino de los tiempos que nos han tocado vivir.
Como también lo es la ristra de películas tristes que han ganado durante esta década. En los 90, la década en la que me enamoré del cine y los Oscar, las ganadoras recaudaron una media de 1026 millones de dólares (ajustando a la inflación); en esta década, la media está en 158 millones. En los 90, las premiadas a mejor película promediaron un puesto 7 en el ranking de la taquilla mundial, en los 10, un puesto 54. El problema es, sin duda, que a Hollywood ya no le resulta rentable invertir en cine adulto porque al público ya no le interesa: una vez extinguido el mercado doméstico de VHS y DVD (extremadamente lucrativo en su día), los espectadores han asumido que 'ese tipo de películas' son para ver en casa. Y la colosal influencia comercial de China, ahora que han abierto sus fronteras al cine occidental y están alucinando con la cultura de consumo, tampoco ayuda porque allí no comprenden las tramas ni las decisiones de los personajes de los dramas, las comedias o los thrillers a causa de las barreras culturales pero lo que sí entienden son los efectos visuales.
Sin embargo, los Oscar sí han dejado escapar oportunidades de premiar películas populares: 'La vida de Pi' (600 millones, puesto 11 mundial), 'Gravity' (723 millones, puesto 8), 'El renacido' (533 millones, puesto 13) o 'La La Land' (446 millones, puesto 17) ganaron mejor director (es decir, gustaron muchísimo a los académicos), pero todas perdieron ante películas de las que poca gente ha vuelto a hablar desde aquella madrugada y que ganaron, aparte de por ser buen cine, por motivos ideológicos (con la excepción hecha de 'La vida de Pi', que perdió contra 'Argo' y solo ganó mejor director porque Ben Affleck no estuvo nominado).
El sistema de votación impuesto en 2009, según el cual el votante ordena las películas nominadas de su más favorita a su menos favorita (y que no se da en ninguna otra categoría) y se van sumando puntos hasta que gana no la que más pasiones (es decir, números 1) despierta, sino la que más consenso (es decir, números 2, 3 y 4) acumula ha afectado indudablemente a las ganadoras en mejor película. La división entre mejor película y mejor director ha ocurrido en 28 ocasiones en toda la historia de los Oscars: 8 veces en las primeras 10 ediciones, 14 en las siguientes 68 y 4 en las últimas 6. Cabe elucubrar, por tanto, que si todavía siguiera el sistema de votación clásico (es decir: todo el mundo vota por su favorita y gana directamente la que más votos tenga) las películas mencionadas en el párrafo anterior tendrían hoy un Oscar como mejor película. No serían las que más consenso consiguieron, pero sí las que más pasiones provocaron.
Porque yo considero que los Oscar, Cannes, los Independent Spirit y los Critic's Choice deberían premiar películas distintas: celebro el premio de 'Roma' en Venecia, pero considero que a pesar de ser una obra maestra los Oscar no son su lugar. Y no quiero que se saquen la milonga del 'Oscar a la mejor película popular' porque de toda la vida el Oscar a la mejor película popular ha sido el Oscar a la mejor película. Los Oscar de los que yo me enamoré eran los que premiaban el cine más querido, los fenómenos culturales, las películas que nadie iba a olvidar en muchos años y en la que todos nos ponían de acuerdo. El cine que nos unía como civilización. La influencia de "la conversación", "las narrativas" y "las polémicas" va corrompiendo cada año más el estatus de los Oscar como los premios más populares del cine, que es lo que han sido siempre y, en mi opinión, lo que nunca deberían intentar dejar de ser. ¿Acaso 'Titanic' habría ganado esos 11 Oscar de haber existido Twitter, que le habría cogido tirria aproximadamente tres días después de su estreno? Claro que quizá 'Titanic' no existiría hoy, del mismo modo que 'Bailando con lobos' (850 millones ajustados a la inflación, lo mismo que 'Venom' o 'Wonder Woman', y puesto 4 en la taquilla mundial de su año), 'La lista de Schindler' (640 millones, puesto 4 de su año), 'Forrest Gump' (1300 millones, puesto 2) o 'American Beauty' (700 millones, puesto 9) hoy serían miniseries de televisión.
Quizá las películas cada vez les importen menos a los Oscar porque las películas cada vez le importan menos al público. El cine ya no es tanto una experiencia vital, ahora es 'contenido'. Las estrellas ya no parecen disfrutar con su condición de estrellas y prefieren hablar sobre la expresión artística. Y de lo que nadie quiere hablar es de cómo todos sabían lo que estaba haciendo Harvey Weinstein (cualquier adulto que tenga un trabajo sabe cómo funcionan las industrias y SABE que en Hollywood todo el mundo tenía por cojones que estar al tanto) y sin embargo le rieron las gracias y le aplaudieron durante 26 ceremonias de los Oscar (entre 'Mi pie izquierdo' y 'The Imitation Game'). El bochorno de este año (con una organización obsesionada en acortar la ceremonia para captar nueva audiencia a costa de faltarle al respeto a los espectadores habituales) solo sirve para confirmar que los Oscar ya no tienen ningún sentido.
No quiero pasarme de ingenuo, sé que probablemente los Oscar siempre fueron la misma pantomima. Pero antes parecía más (mucho más) emocionante. Una vez Dorothy vio los pies del mago de Oz detrás de la cortina, ya no pudo pasárselo igual de bien en ese mundo de fantasía. Quizá 'El mago de Oz' no era una fábula de madurez sino una advertencia de lo podrido que estaba Hollywood ya desde su fundación. Pero claro, estábamos demasiado distraídos con las luces, el colorido y las canciones para prestarle atención a la maquinaria siniestra que lo había creado. Interesarse, informarse e investigar sobre los Oscar significa dejar de creer en ellos. Amar el cine significa odiar los Oscar. Fue bonito mientras duró.